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13 de diciembre de 2010

Nuestra izquierda moderna

En su última columna dominical, Augusto Álvarez Rodrich (AAR) afirma que la alianza de Fuerza Social con el Movimiento Nueva Izquierda, Tierra y Libertad y la Democracia cristiana “constituye un registro de la vocación suicida de un partido joven que pudo representar la izquierda moderna que el Perú requiere”. Él sabe lo que el país necesita: una izquierda moderna. La izquierda moderna, según AAR, no es democrática en sí misma, a menos que pretenda ser redundante al afirmar que “esta alianza no le aporta votos a FS y desvirtúa la identidad con la que se asomó en la elección municipal, en el sentido de ser la izquierda democrática y moderna que el Perú requiere”. AAR afirma también que “la vinculación (de FS) con Patria Roja (…) es tentación por la onda retro, transmite un deja vu con la izquierda atrasada”. ¿Será entonces que la izquierda moderna se define conceptualmente en oposición a la izquierda “atrasada”? En cualquier caso, AAR parece querer afirmar que ser atrasado es igual –entre otras cosas- a ser marxista. Y eso no es todo. Quizás lo más sorprendente es que ya no solo argumenta, sino que predice el futuro: “FS va a perder su inscripción electoral”; “FS ha optado por fracasar antes de empezar. Es el fin”. No recuerdo haber leído antes en sus columnas ese nivel de seguridad sobre el futuro.

Si bien el artículo de AAR contiene una serie de afirmaciones (y predicciones) discutibles, quisiera centrarme únicamente en aquellos párrafos que he citado, en los que dos cuestiones parecen quedar claras para AAR: 1) que el Perú necesita una izquierda moderna y 2) que el marxismo es sinónimo de atraso. Quisiera discutirlos por separado, aunque la línea argumentatoria de AAR impida hacerlo fácilmente.

Lo primero, y fundamental en este caso, es definir a la izquierda moderna. Algunos parecen entender la modernidad en este lado del espectro –en el plano económico- como el asumir las bondades del mercado para asignar de forma eficiente los recursos, regular las “imperfecciones” que se puedan generar en torno a él y redistribuir la riqueza a través de programas sociales eficientes y bien focalizados. En los primeros dos casos, se trata de ser “la izquierda que la derecha quiere”, la que no toca un modelo de crecimiento incapaz de generar desarrollo (el último informe el PNUD brinda algunas luces al respecto). Según mi propia percepción, ser de izquierda moderna significa, mas bien, participar en la construcción de un modelo económico inclusivo, que garantice la diversificación productiva del país, el respeto de los derechos laborales, el apoyo técnico a los pequeños productores agrícolas, la protección de los recursos naturales y el medio ambiente en un contexto de crecimiento sostenido. Significa también la defensa de las libertades individuales (y también de las grupales) que debe ser resultado de una autocrítica sobre las desviaciones que significaron el stalinismo y el burocratismo de las experiencias de “socialismo real”. La izquierda moderna debe ser democrática, debe ser producto de las expectativas y las decisiones de los hombres y mujeres a los que pretendemos representar.

Finalmente, y ésta a lo mejor es una discusión más académica que política (recalco el “a lo mejor”), conviene discutir el por qué se asocia al marxismo con el atraso. El marxismo es, en principio, un aparato teórico-científico y, como tal, es una forma útil para abstraer la complejidad de los procesos económicos y sociales e intentar comprenderlos para transformarlos. Evidentemente, el marxismo, como cuerpo científico, no es un recetario ni mucho menos un manual, sino un instrumento de aproximación a realidades específicas, tanto espaciales como temporales. Por su propia naturaleza, el marxismo no puede ser considerado retrógrado ni atrasado, pues su carácter dialéctico e histórico lo vuelve dinámico. Es precisamente esta característica la que nos permite a los marxistas -o los que intentamos serlo- tratar de entender qué pasa y cómo podemos cambiarlo. Con ese mismo énfasis, no podemos negar que muchos militantes y dirigentes de partidos socialistas y comunistas no han entendido aún -o no han querido entender- el espíritu del marxismo (por eso mismo la discusión y renovación han de ser deberes permanentes en nuestras organizaciones). Y esa falta de comprensión no puede ser utilizada como argumento para rechazar una alianza o afirmar que esa alianza es una torpeza.

Los marxistas también queremos ser modernos, pero déjennos construir nuestra modernidad. Esa lucha está dentro y fuera de nuestros partidos. No pretendan imponernos etiquetas y significados, ni vengan a decirnos cuál es la izquierda que ustedes quieren que seamos, la que les gusta, la que mejor les acomoda. La diferencia entre una izquierda moderna y la otra no está únicamente en la enumeración, sino fundamentalmente en la dinámica de los procesos: la izquierda moderna que la derecha quiere es una izquierda estática (que de ahora en adelante no cuestione el modelo de crecimiento), mientras que la que debiéramos construir es una izquierda que asuma su papel según el contexto histórico. El Perú necesita una izquierda moderna, efectivamente, y esa modernidad está marcada, en este momento, por la construcción de una alternativa diferente a la neoliberal. Esa claridad nos la da el análisis marxista.

No queremos ser la izquierda que se olvidó de los pobres. La que se olvidó de sus principios. Ni hoy, ni nunca. Esa es la gran tarea de la juventud.

8 de septiembre de 2010

No nos moverán

Más allá de un buen programa de gobierno para Lima, ultra progresista para una ciudad ultra conservadora como ésta, el contexto en el que se desarrolla la campaña de la confluencia (FS, LPT, MNI, TyL) nos presenta una serie de lecciones, oportunidades y retos que debemos estudiar y asumir con el mayor compromiso posible, con la mirada hacia adelante, con la cabeza y con el corazón firmes.

La historia vuelve a recordarnos el impostergable valor de la unidad. El fracaso de todos los intentos post-Izquierda Unida para interpretar el país desde la izquierda son la evidencia más contundente de que divididos somos únicamente organismos estancados en el proceso evolutivo, resistiéndose a desaparecer. Más aún, no sólo ha quedado demostrado el fracaso del individualismo y el sectarismo, sino que es evidente que la unidad programática es un requisito indispensable para avanzar en la construcción de una opción diferente. “Para que nada nos separe, que nada nos una”, decía Pablo Neruda. Hoy nos une un programa, querido Pablo. Era urgente, a riesgo de volver a separarnos. Se nos ha criticado mucho, se ha afirmado, refiriéndose a esta confluencia, que “hay sumas que restan”. Por el contrario, aquí “hay sumas que multiplican”. Y ha hecho bien Susana Villarán en defender esta unidad, ética y tácticamente. Es nuestra misión hacerlo también.

Una vez más, como durante el fujimorismo, un sector de la prensa está explicitando su carácter reaccionario. Este hecho demuestra que la independencia de los medios es tan falsa como las acusaciones que desde hace ya varias semanas vienen profiriendo en contra de la candidatura de Fuerza Social. Y la falsa independencia de los medios desdibuja la opinión de aquellos que sostienen que la libertad de expresión es un derecho ya ganado en nuestra sociedad. ¿Dónde se escuchan las voces de los pobres? No basta con el derecho a poder decir lo que creemos, queremos y soñamos, no basta gritar, no basta. Hace falta que nos escuchen. Y hace falta también que aquellos que pueden decir y pueden ser escuchados digan la verdad. Lamentablemente, detrás de “opiniones” infinitamente difundidas se esconden intereses particulares. Intereses que nosotros no defendemos, y que, por el contrario, enfrentamos. Seguirán atacando, intentando asustar con sus mentiras, pero no podrán detener este avance, que no es sólo nuestro, sino de todo un pueblo cansado de tanta mentira. Y no podrán en tanto seamos capaces de decir la verdad y actuar conforme a ella. "Esta gran humanidad ha dicho ¡Basta! y ha echado a andar, y su marcha de gigantes ya no se detendrá". Siempre, Ernesto. Siempre.

Si logramos o no derrotar electoralmente a la derecha es una cuestión importante, pero no trascendental. Espero, no con pocas ansias, que podamos hacerlo. Pero la batalla política la tenemos ganada en el corto plazo. Hemos recuperado a la izquierda, le hemos dado vida, la hemos renacido, hemos sembrado la esperanza de otra forma de vivir, de empezar a tener vida. Está en nuestras manos que todo aquello que, no sin errores y sin vicios, hemos construido hasta ahora, no quede nuevamente en el “estuvimos cerca” y tengamos que esperar 20 años más. Y no por modestia debo dejar de decir que si alguien ha llevado el peso de esta campaña, ha sido la juventud. No pretendo menospreciar a nadie, pero siento que ha llegado nuestra hora. A estudiar, a leer, a actuar, a dirigir, joven de izquierda. “Aquí está una de las tareas de la juventud: empujar, dirigir con el ejemplo la producción del hombre de mañana. Y en esta producción, en esta dirección, está comprendida la producción de sí mismos”, decía Ernesto Guevara en 1964, sin presagiar el valor que esas palabras tendrían hoy. “No nos moverán”, cantaría Joan Baez justo ahora. Afirmativo, Joan.

4 de junio de 2010

Sobre la corrupción, el Estado y el mercado

La corrupción es un problema cada vez más grave en el Perú. Se produce y reproduce en todas las estructuras económicas, políticas y sociales. La corrupción se ha institucionalizado de tal forma que pasa desapercibida en miles de situaciones, y en otras, donde por alguna circunstancia imprevista el escándalo estalla, todo se termina en una semana (lo que demora la gente en olvidarse). Que todo se termine no significa únicamente que la gente se olvide, sino que empieza a operar todo un engranaje de poder para que las cosas queden tal como estaban. En este contexto, resulta fundamental entender por qué la corrupción existe y cuáles son los mecanismos que le han permitido reproducirse hasta entornillarse de este modo en todos los espacios de la estructura social.
Las tesis liberales sugieren que el problema de la corrupción se origina en el Estado, por su carácter clientelista, y que la solución al problema radica en reducirlo y expandir los mercados y la libre competencia, pues son éstos los mecanismos que permitirán que los recursos se asignen eficientemente, sin que intervengan actores que disponen de recursos públicos pero tienen intereses privados. Más mercado, más competencia, menos Estado, menos corrupción. Coincido con los liberales en afirmar el carácter clientelista del Estado. Sin embargo, la aproximación liberal considera que ese carácter es independiente del sistema económico con el que el Estado coexiste, lo que los lleva a afirmar que hay que expandir los mercados para evitar la corrupción. ¿Se habrán puesto a pensar, realmente, en el papel que juega el mercado para explicar el carácter clientelista del Estado?
Planteo una hipótesis sobre el por qué de la existencia de la corrupción: el Estado es efectivamente clientelista, y este carácter obedece a que está capturado por intereses privados. En tal sentido, el Estado, en unos niveles más que en otros, dispone no sólo de los recursos públicos para ponerlos al servicio de quienes lo tienen capturado, sino también del poder para adecuar la institucionalidad en función de sus intereses.
¿Por qué se reproduce la corrupción? La apropiación de los fondos públicos no tiene un objetivo estático (llámese “quedarse con los terrenos de COFOPRI”), sino que busca la acumulación de capital (llámese “vender los terrenos, ganar dinero, y usarlo para seguir ganando más”). El mercado es funcional a la acumulación de capital, es la estructura donde el capital se reproduce. Es en el mercado donde el Estado capturado legitima los intereses privados que defiende, y utiliza el poder político para modificar la institucionalidad al servicio de la expansión de los mercados y la libre competencia, es decir, el Estado promueve políticas neoliberales, que son las que, finalmente, crean el medio para legitimar la corrupción. Mientras el Estado siga capturado por intereses privados, la institucionalidad seguirá siendo funcional a la corrupción, como lo ha sido durante largos años.
¿Qué nos queda, entonces? ¿Observar cómo la corrupción crece cada vez más y el Estado es incapaz de hacer algo al respecto? Creo que quienes tenemos el compromiso de hacer de nuestro país un lugar mejor para vivir, sabemos que la respuesta es negativa. Nos queda luchar, en todos los espacios, para recuperar el Estado y ponerlo al servicio de la gente y no de las grandes empresas transnacionales ni del gran empresariado local, como ha ocurrido durante las últimas décadas de gobiernos neoliberales. Rescatar al país de la corrupción implica, por un lado, construir democráticamente la unidad de las bases populares, y por otro, cambiar el modelo de desarrollo económico capitalista neoliberal, pues sólo así será posible poner al Estado al servicio de los trabajadores, de la clase media empobrecida, de los campesinos, de los indígenas y de todos los sectores explotados.
¡No más corrupción! ¡No más neoliberalismo!

6 de abril de 2010

Los muertos del gobierno

El Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, firmado por el gobierno peruano y aprobado por el Congreso –sí, el mismo que Alan García prometió revisar durante la campaña electoral de 2006- no refiere únicamente a acuerdos comerciales que liberalizan aún más la economía de mercado, sino que contempla, fundamentalmente, arreglos institucionales que reducen los costos de transacción (asociados a los derechos de propiedad) en toda la economía nacional. En tales términos, el paquete es completo: elimina barreras arancelarias, abre nuevos mercados y aprueba normas que generan incentivos para el aprovechamiento de éstos.
Resulta evidente que la lógica del TLC apunta a la profundización del mercado como asignador “eficiente” de los recursos. Sin embargo, ni la expansión de los mercados ni la asignación “eficiente” son fines en sí mismos. ¿A quién podría importarle mercados más grandes o más “eficientes” si es que éstos no generaran algún beneficio? El mercado es, entonces, un medio, justamente el que ha servido al capitalismo para reproducirse en el largo plazo, garantizando la acumulación de capital en manos de unos pocos y el sufrimiento permanente de otros muchos, marginados de los beneficios de la educación, la salud, etc. Abrir mercados, en el contexto en el que han sido abiertos, es la fórmula que permite garantizar el objetivo último del gobierno: la reproducción del capitalismo neoliberal.
Por eso el TLC fue y es imprescindible para un gobierno al servicio del empresariado transnacional: el conjunto de instituciones -incluido el mercado- anexas al TLC no buscan incrementar el comercio exterior ni generar empleo a través de eslabonamientos productivos, sino profundizar el capitalismo neoliberal y sus consecuencias sobre la clase trabajadora, el campesinado y las poblaciones indígenas. Más aún, en el contexto de la crisis financiera internacional, el TLC mostró su rostro más brutal. La crisis, generada por la especulación y reforzada por la desregulación, creó la necesidad de nuevos mercados a los cuales trasladar los capitales. A García no se le ocurrió mejor idea que disponer, sin consulta previa, de los territorios ocupados por los nativos amazónicos para ejecutar en ellos grandes proyectos de explotación minera y petrolera. Esta “ocurrencia” presidencial ya estaba reglamentada en el Decreto Legislativo 1090, el que, según la propia ministra Aráoz, no podía derogarse por haber sido emitido en el marco de la implementación del TLC. ¿Acaso alguien podrá olvidar la masacre provocada por el gobierno?
Lo que pasó en Bagua no es una excepción, es parte de la propuesta ideológica del gobierno de García. Para todo aquel que intente oponer resistencia al modelo de desarrollo dictado por el gobierno, en alianza con el capital transnacional, fue aprobado con anterioridad un conjunto de Decretos Legislativos que criminalizan la protesta social, garantizando “la propiedad” y la “estabilidad social”, que tan necesarios son para que el modelo económico funcione sin contratiempos. Esos Decretos Legislativos -982, 983, 988 y 989- son los responsables de 6 mineros artesanales asesinados por policías que, finalmente, sólo obedecen órdenes. Las de García y su banda.
Y así, los “ciudadanos de segunda categoría”, como García se esmera en llamarlos, seguirán muriendo mientras la política económica del gobierno se siga implementando. Porque algo es innegable: este modelo de desarrollo no es para la gente. Ni para sus muertos.

17 de febrero de 2010

Sobre el salario mínimo, el capitalismo según A. Smith y el neoliberalismo de Waldo Mendoza

En las últimas semanas la discusión sobre el salario mínimo ha sido retomada por los macroeconomistas y los economistas laborales. Kurt Burneo ha hecho notar que la suma de dos salarios mínimos resulta insuficiente (y mucho) para cubrir los requerimientos mínimos de la canasta básica familiar, según los nuevos cálculos del INEI (Actualidad Económica, 03/02/2010). De otra parte, Humberto Campodónico, a través del análisis de la evolución del salario mínimo, ha mostrado cómo este ha ido perdiendo su valor real durante las últimas décadas (La República, 15/02/2010).
Incluso la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha señalado que el salario mínimo real peruano durante 2009 es inferior al promedio observado en los países de América Latina y el Caribe, y que este no ha sido reajustado desde enero de 2008 pese a que la inflación anual estuvo alrededor de 6%. Todo esto sucede pese a que en el Consejo Nacional del Trabajo (CNT) -conformado por representantes sindicales, empresariales y del Ejecutivo- se discutió, a pedido de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP), una “cláusula gatillo” para ajustar periódica y regularmente los salarios en función de la inflación, la que no fue finalmente aprobada.
En este artículo haré referencia a un par de citas extraídas de De los salarios del trabajo (“La Riqueza de las Naciones”, Libro I, Cap. 8) publicado por Adam Smith, padre del liberalismo económico, en 1776. He preferido hacer referencia a Smith para evitar argumentar desde una perspectiva keynesiana o marxista, lo que a algunos podría generarles reacciones alérgicas. Intentaré, tomando como referencia los argumentos de Smith sobre las relaciones de clase en las sociedades capitalistas, entender qué elementos subyacen a la situación de los salarios de la clase trabajadora peruana.
¿Qué explica, entonces, que el salario mínimo haya perdido 2/3 de su valor real entre 1974 y 2009? Smith afirma que “los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. Los trabajadores desean obtener lo máximo posible, los patronos dar lo mínimo (…) No es difícil, sin embargo, prever cuál de las partes vencerá en la disputa y forzará a la otra a aceptar sus condiciones (…) Además, en tales confrontaciones los patronos pueden resistir durante mucho más tiempo. Un terrateniente, un colono, un comerciante o un fabricante pueden, normalmente, vivir un año o dos con los capitales que ya han adquirido, y sin tener que emplear a ningún trabajador. En cambio, muchos trabajadores no podrían subsistir una semana, unos pocos podrían hacerlo durante un mes, y un número escaso de ellos podría vivir durante un año sin empleo”. El argumento de Smith es contundente: el proceso de acumulación capitalista y las relaciones sociales que se establecen en torno a él son las que generan las condiciones necesarias para que el sistema pueda reproducirse en el corto plazo, incluso con salarios bajos (o de hambre, como en el Perú).
¿Qué explica que la discusión en el CNT sobre el ajuste del salario mínimo no sea más que una cuestión formal? Smith no duda en afirmar que “para precipitar una solución (las uniones de los trabajadores) recurren siempre a grandes alborotos y a veces a la violencia y a los atropellos más sorprendentes. Están desesperados y proceden con el frenesí propio del hombre en ese estado, cuya alternativa es morirse de hambre o forzar a sus patronos a que, por miedo, cumplan sus exigencias. En estas ocasiones los patronos reclamen tanto como ellos y exigen la ayuda de los magistrados civiles y el cumplimiento riguroso de las leyes establecidas con tanta severidad contra la asociación de sirvientes, trabajadores y jornaleros”. Así, Smith afirma el carácter de clase del Estado: el sistema de acumulación del capital no sólo se reproduce a sí mismo y se hace económicamente viable en el corto plazo, sino que tiende a reproducirse también en el largo plazo a través de un aparato superestructural que legaliza social y políticamente el funcionamiento del sistema económico, aún cuando éste sea inviable económicamente para la clase trabajadora. El Estado defiende intereses, y “el cambio responsable” parece no jugar para los trabajadores.
Estas citas de Smith nos permiten entender mejor cómo funciona un mercado fundamental para el desarrollo del sistema capitalista -el mercado de trabajo- y también, al menos parcialmente, por qué la clase trabajadora peruana se encuentra en la situación en que se encuentra. La caracterización es clara: el capitalismo es un sistema al servicio de la acumulación de capital y crea las condiciones para que ésta suceda. El capitalismo neoliberal es su expresión más radical, es decir, su expresión más capitalista y menos obrera.
Como propone el profesor Félix Jiménez, es hora de retomar el debate que hace algunas semanas comenzáramos. Defender el neoliberalismo suena extraño, a menos que alguien crea que el objetivo de un sistema económico es tener cifras macroeconómicas en azul, en lugar de mejorar la vida de los trabajadores y sus familias. Por eso suena extraño que el profesor Waldo Mendoza defienda el neoliberalismo, cuando es la causa directa del estancamiento y de la pérdida de valor real de los salarios. Por eso y por muchos otros motivos que los pobres del Perú sabrán explicar mejor que yo.

25 de enero de 2010

La ofensa del neoliberalismo

Reviso el artículo del profesor Waldo Mendoza (“En defensa del neoliberalismo”, publicado en El Comercio el 19 de enero de 2010) e intento descubrir de alguna forma qué debiera entender por neoliberal. Entonces lo leo una vez más y descubro que hace referencia al actual modelo “neoliberal”. No al pasado, ni al futuro, sino al actual. No logro comprenderlo aún. Mientras rebusco una expresión concreta de tal abstracción, recuerdo sus clases de Macroeconomía, en las que afirmaba, ante el silencio cómplice de 35 estudiantes, que eso de modelo neoliberal es una simple etiqueta. Y en este momento caigo en la cuenta de que la “etiqueta” ha de ser enorme, pues, según usted, el Perú está felizmente en (este) grupo, junto con Brasil, Chile, Colombia y México.
Ocurre, según su percepción, que estos países tienen un modelo “neoliberal” de desarrollo, y opone a éstos un modelo de desarrollo como el argentino, el boliviano, el ecuatoriano o el venezolano (modelo sin nombre, y en el que, según su parecer, encajan todos perfectamente). En resumen, afirma que como en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela la intervención estatal entorpece el funcionamiento de la economía, es mejor quedarse como estamos. Comete una “falacia non sequitur”, pues para usted existen únicamente dos posibles modelos de desarrollo, y sólo es posible escoger entre ellos.
Aún si aceptáramos esta simplificación bimodálica, no resulta difícil estar en desacuerdo con su conclusión. Y es que no basta con afirmar, como lo hace, que en el grupo de países con un modelo neoliberal de desarrollo la inflación ha dejado de ser un problema, ni que el crecimiento del PBI ya se restableció.
Centremos la atención en el Perú: en primer lugar, no es cierto que la inflación haya dejado de ser un problema (revisar la última investigación de Zegarra y Tuesta acerca del impacto de la inflación en alimentos de 2007 sobre el déficit calórico), aunque es evidente que está lejos de alcanzar las escandalosas cifras del primer gobierno aprista. En segundo lugar, tampoco es cierto que el crecimiento del PBI se haya restablecido (según la RAE, restablecer significa volver a establecer algo o ponerlo en el estado que antes tenía), pues incluso las dudosas cifras del INEI muestran una lenta recuperación de la economía, mas bien cercana al 1% alcanzado en 2009.
Finalmente, y por si lo anterior resultara poco, habría que preguntarse para qué han servido tantos años de crecimiento. Como usted mismo afirma, el actual modelo de desarrollo tiene el gran lastre de que no ha logrado que dejemos de ser uno de los países más desiguales en América Latina. Y no sólo eso: la pobreza rural se ha mantenido prácticamente inalterada, el salario real sigue estancado en el nivel que tenía en los 70´s, la educación pública y privada es cada vez peor, el sistema de salud es pésimo, las pensiones de jubilación son una miseria, la corrupción se ha institucionalizado en todos los niveles. Y más todavía: un terremoto nos demuestra que la ilusión del pleno empleo, banderita enarbolada de los defensores del modelo peruano, no sirve de nada, pues la miseria se ha vuelto a apoderar de miles de personas. Y es que todas éstas son consecuencias no sólo del neoliberalismo (etiqueta que usted parece haber puesto a las dos últimas décadas de gobiernos en el Perú), sino del capitalismo en general.
¿Pretende usted, realmente, que es mejor quedarse como estamos? Una vez más, no basta con afirmar que para que el crecimiento sea sostenido y socialmente aceptable…tenemos que enfrentar mejor los choques externos. ¿Cómo enfrentar mejor los choques externos en una economía primario exportadora? Es cierto que la política monetaria y macroeconómica podrían servir como instrumentos para hacerlo, pero ¿no es acaso mejor reorientar el aparato productivo, reduciendo la vulnerabilidad frente a estos choques?
Es cierto que hay una enorme tarea (…) para la política fiscal, que tendrá que elevar sustantivamente la presión tributaria. ¿A quién, profesor Mendoza, presionamos? ¿Estaría de acuerdo con eliminar las exoneraciones tributarias? ¿Con establecer un impuesto a las sobreganancias? ¿Con escalonar el impuesto a la renta? Imagino que en su percepción eso podría espantar a la inversión privada, la fuente más importante del crecimiento económico sostenido. Una inversión privada que en el Perú se ha encargado, en alianza con el Estado, de promover, precisamente, un modelo de desarrollo que permite que se despidan trabajadores durante la crisis, cuando durante años esas empresas obtuvieron millonarias utilidades que jamás se vieron reflejadas en los salarios y en las condiciones laborales de los explotados, un modelo de desarrollo que asesina y persigue indígenas porque no están dispuestos a aceptar que sus tierras estén al servicio del gran capital, un modelo de desarrollo que secuestra trabajadores y encarcela dirigentes mineros. Porque eso es lo que pasa aquí, en el Perú.
Los modelos de desarrollo no son abstracciones bien intencionadas para la nación, son propuestas ideológicas al servicio de unos y no de otros. El Estado orienta sus políticas según intereses, que no siempre son los de la mayoría. Y entonces me pregunto, ¿quiénes ganaron durante todos estos años en el Perú? Y ahora le pregunto a usted, ¿a quién le convendrá que nos quedemos como estamos?
* Egresado de la Especialidad de Economía
Pontificia Universidad Católica del Perú

26 de agosto de 2009

Una respuesta a “La estrategia actual del sindicalismo peruano” de Carlos Mejía

Introducción
Carlos Mejía, uno de los intelectuales que asesora a la CGTP y quien mantiene el blog “Bajada a Bases”1 escribió hace algunos días, el 30 de julio de 2009, un interesante artículo titulado La estrategia actual del sindicalismo peruano. En él, Mejía desarrolla su visión, de miembro del PCP Unidad, sobre la correlación de fuerzas actual y sobre cuál es la táctica que debe asumir la CGTP, a la que cataloga de mariateguista.
Fuera de algunos argumentos sumamente hipócritas (con el perdón de la adjetivación), como cuando Mejía afirma que “otro problema necesario de mencionar es la partidarización de la acción sindical, al punto de llevarnos a divisiones y paralelismos absurdos”, aparentemente olvidando que la central es controlada por los aparatos del PCP Unidad y de Patria Roja, y que su actual jefe, Mario Huamán, es miembro del aparato del PCP Unidad, creemos que Mejía fue honesto en sus planteamientos y que únicamente defiende su línea política, hecho no solamente justo sino también saludable.
No pretendemos responder a argumentos accidentales como el anterior, además de resultar inútil debatir con esa clase de argumentación. Sin embargo, sí nos interesa discutir dos temas que se desprenden del artículo: primero, la correlación de fuerzas en Perú actualmente; y segundo, la estrategia de la central sindical, y por tanto del movimiento obrero para los próximos años. Pedimos disculpas anticipadas si el artículo está lleno de citas de Mejía y si se alarga un tanto mas de lo deseable, pero creemos que el tema es fundamental.
1. La correlación de fuerzas en Perú. ¿Qué situación vivimos?
Mejía empieza su artículo con un desahogo: “No es un tema fácil entender la estrategia sindical de la CGTP. Desde la ultra izquierda se reciben muchas críticas a la aparente lentitud, reformismo o paciencia de la central mariateguista a la hora de convocar paros, huelgas y movilizaciones. Los ultras, claro, viven generalmente en un mundo maravilloso donde la revolución se encuentra a la vuelta de todas las esquinas, al alcance de la garganta más fuerte. Como el dirigente del Partido de los Trabajadores de Chiclayo, que en Lima pide paro de tres días y en su ciudad con la justa logra animar una movilización de un par de horas”.
Como creemos que Mejía no es ultra, ni él mismo reivindica serlo, nos queda claro que para él ninguna “revolución se encuentra a la vuelta de todas las esquinas, al alcance de la garganta más fuerte”. Es lógico, nosotros tampoco creemos que la revolución está a la vuelta de la esquina, y plantear el tema de esa manera es sencillamente buscar evadir de la discusión central, la “correlación de fuerzas”.
Latinoamérica vive, como mínimo desde el levantamiento de los indígenas campesinos en Ecuador, un ascenso de la clase trabajadora y sus aliados. Las rebeliones victoriosas pueden ser contadas nítidamente: Ecuador en 2000, Argentina en 2001, Venezuela en 2002, Bolivia en 2003 y 2005. Como consecuencia de ese proceso surgieron gobiernos populistas o de frente popular (en algunos casos preventivos) en Venezuela, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Paraguay, Ecuador y El Salvador. Sin embargo, en el Perú ganó el APRA y Alan García, con lo que algunos pretenderán demostrar que nuestra realidad es diferente. De hecho, ganó García, gobierna el APRA y entonces es diferente, en cuanto a eso estamos de acuerdo. El problema reside en fijar dónde esta la diferencia y dónde está la coincidencia. La diferencia está en que en el Perú la expresión frente populista electoral no ganó, todavía, las elecciones, e incluso podría no ganar las próximas. La coincidencia está en que las clases proletarias y pequeño burguesas empobrecidas están viviendo, desde hace mucho, un ascenso muy fuerte.
No vamos a remontarnos al proceso de luchas durante la dictadura fujimorista, pues creemos que este tema lo podemos discutir en torno al balance que presenta Mejía. Vamos apenas a citar el último mes de julio, cuando el gobierno intentó dar un giro autoritario (bonapartista, dirían los marxistas) a su débil gobierno y se vio, de la noche a la mañana, aislado de todo apoyo -incluso de la propia burguesía-. El Comercio, vocero oficioso de la burguesía limeña, profirió samba canuta a García y su gobierno, las masas de manera semi-espontánea organizaron una de las más contundentes marchas de protesta en Lima y el gobierno no cayó gracias a que la máxima dirección del movimiento obrero, llámese Mario Huamán, no hizo absolutamente nada por la marcha.
La correlación de fuerzas era tan favorable a las masas que el ahora ex Ministro Yehude Simon salió, cual mozo dedicado, a atender las mesas de todos los comensales que encontraba y a anotar todos los pedidos que éstos le hacían, con el único objetivo de dar al gobierno el tiempo necesario para recomponerse. Aun todo ese esfuerzo no fue suficiente para salvar aquel gabinete. Si no cayó el gobierno en julio fue porque la central, que se jura mariateguista, fue, en la persona de Huamán, a todos los medios que encontró para vociferar que “no hay paro el 7, 8 y 9”2 de julio. Damos el ejemplo de las Jornadas de junio/julio pero podríamos dar otras, lo central es aclarar el tema de la correlación de fuerzas y quiénes son los desubicados: los que creen que hay una inestabilidad creciente y que hay que aprovecharla, o los que creen que la burguesía es cada vez mas fuerte.
El gobierno de García es, no solamente en opinión de la izquierda revolucionaria, sino incluso de sectores de la propia burguesía, cada vez mas débil y menos representativo y menos capaz de superar su crisis. Nadie, ni la burguesía limeña, confía que el actual gabinete sobreviva. Todos saben que un próximo baguazo es cuestión de tiempo, y que una vez ocurrido solo dios sabría para donde iría el Perú.
Lenin decía que una situación revolucionaria es aquella en que “los de abajo no quieran seguir viviendo como antes, y, que los de arriba no puedan seguir administrando y gobernando como hasta entonces". Sería bueno que Mejía reflexionara y nos dijera si la clase dominante, la burguesía peruana, gobierna o puede gobernar como quiere. El fallido intento autoritario de Bagua, ¿qué nos dice? ¿La pérdida del control de Moquegua y Tacna? ¿La peregrinación de Yehude Simon? Por otro lado, la protesta nacional del 11 de Junio, la pelea en La Oroya, demuestran sobradamente que los de abajo no solamente no están derrotados, sino que pelean cada vez con mas ímpetu. Que este ímpetu no haya aun derrocado al gobierno y al régimen, heredero mas que legítimo del fujimorismo, se debe en gran medida a la “estrategia” de la CGTP.
2. La alternativa de la CGTP, un gobierno de izquierda
La segunda parte del articulo de Mejía, afirma lo siguiente: “La evaluación realizada por la dirección sindical es que la debilidad del orden democrático impide que los intereses laborales sean debidamente representados en el sistema. La presión de los empresarios sobre el gobierno impide cualquier reforma o mejora sustancial de la situación laboral. En un contexto así, el movimiento sindical considera que es precondición para cualquier cambio, disponer de una nueva correlación de fuerzas política, que permita al gobierno la autonomía necesaria para imponer las reformas necesarias. Dicha correlación se logra mediante el triunfo electoral de un gobierno de izquierdas que apoye la agenda laboral.
La afirmación resume una caracterización, una política y también una orientación de clase. Primero la caracterización: “La evaluación realizada por la dirección sindical es que la debilidad del orden democrático impide que los intereses laborales sean debidamente representados en el sistema. La presión de los empresarios sobre el gobierno impide cualquier reforma o mejora sustancial de la situación laboral”. Después la política: “En un contexto así, el movimiento sindical considera que es precondición para cualquier cambio, disponer de una nueva correlación de fuerzas política, que permita al gobierno la autonomía necesaria para imponer las reformas necesarias”. Y finalmente la orientación concreta: “Dicha correlación se logra mediante el triunfo electoral de un gobierno de izquierdas que apoye la agenda laboral”.
No hace mucho, Dante Castro escribió que la salida para los problemas actuales era un frente popular por la base, o sea, que un levantamiento popular llevase al poder un frente obrero-burgués, bajo el estado capitalista. Nosotros estamos en contra de ese planteo porque, aun partiendo de la caracterización correcta de que “las luchas dan para mas”, propone una rebelión popular para entregar el poder a un ala de la burguesía. No hay forma de negar que Mejía es mas consecuente, pues parte de afirmar que las luchas no dan para mas, y que para alterar la actual correlación de fuerzas es necesarios elegir a un gobierno de izquierda.
Vamos por partes: primero, las elecciones son, salvo engaño, una expresión distorsionada de la lucha de clases. Es distorsionada justamente porque, al ser controlada por el estado burgués y su legalidad, puede, incluso con una correlación adversa, permitir a la burguesía seguir dirigiendo al estado burgués. Si no hay ninguna condición para cambiar la correlación de fuerzas en la lucha de clases, ¿cómo se puede hacer en las elecciones? Todos los gobiernos de izquierda en Latinoamérica fueron elegidos expresando una situación en la lucha de clases superior a sus compromisos electorales, ninguno de ellos significó un cambio en la correlación de fuerza a favor de las masas, sino que expresaron electoralmente esa correlación.
Segundo, ¿qué es exactamente un gobierno de izquierda? Y preguntando más exactamente, ¿qué es ser de izquierda? Para Mejía, un gobierno de izquierda es un gobierno de Ollanta Humala con la participación, ministerial o parlamentaria, de la CGTP (léase PCP Unidad). Esa política es la que George Dimitrov llamó el Frente Popular. Una alianza entre la burguesía y un sector de la dirección del proletariado, donde aquella mantiene el control del estado y ésta (la dirección del proletariado) controla al movimiento obrero para que no desborde determinados límites. Esta estrategia, una de las mas genuinas “contribuciones” del stalinismo a la clase obrera, probablemente la mas funesta después del “socialismo en un solo país”, fue “legalizada” en el congreso de la Internacional Comunista de 1935, el VII congreso.
Desde ese entonces hubo un sinnúmero de gobiernos de frente popular en el mundo, todos con una característica común: la derrota del proletariado. Nunca y en ninguna parte un gobierno de frente popular logró dar a la clase trabajadora cualquier beneficio duradero, y ni hablar de expropiar a la burguesía.
El gobierno de izquierda que plantea Mejía es, de hecho, el gobierno donde el proletariado y sus aliados entrarán como invitados de piedra y con la sacrosanta obligación de respetar la “legalidad” y las “reglas establecidas”. ¡No! Ese no es el camino para cambiar la correlación de fuerza a favor de la clase trabajadora. Las elecciones, aun siendo un momento muy importante en la vida política del país, no son el único ni el principal medio de hacer política. No es necesarios esperar hasta 2011 para derrocar a García y a la legislación fujimorista.
3. Algunas Conclusiones
El Perú se acerca rápidamente a una crisis política donde el proletariado puede cumplir un rol protagónico y de dirigencia de todas las clases explotadas y oprimidas del país. El reformismo, consciente o inconsciente, plantea desde varias vertientes que la salida es la unidad…con nuestros enemigos de clase. El frente popular, el gobierno de “izquierda”, el frente popular por la bases, la revolución bolivariana, son los varios nombres de una misma política, un gobierno policlasista bajo la hegemonía, la legalidad y el estado burgués.
Esta política está travestida de realismo político, es decir, de la apariencia de que eso es lo que se puede hacer por el momento y todo lo otro es aventurerismo, izquierdismo, ultrismo y tutti quanti, mas en la verdad es una adaptación vergonzante a las normas, métodos y al calendario burgués, que afirma que solo se puede disputar el gobierno cada 5 años.
El proletariado debe tener una política independiente. Co-gobernar el estado burgués es, desde el punto de vista marxista, una traición completa. En este sentido, la política de Mejía es la expresión máxima de la ruptura con Mariátegui, quien tuvo como eje ordenador a la organización política y sindical independiente del proletariado.
Camilo Wolff Gonzalo Aguilar
Lima 12 de agosto de 2009