Cuando las oportunidades se presentan lo mejor que uno puede hacer es, contrariamente a lo que dicen, dejarlas pasar. Y es que se van presentando una tras otra, tan rápido, tan estrepitosamente, que coger alguna podría resultar casi un suicidio. Esa lluvia torrencial de oportunidades, que desfilan sexys y descocadas, tiene inevitablemente entre sus huéspedes al urraco traicionero, al que te manda al calabozo por pendejo. Que vengan tan de prisa, sin dar tiempo para reflexionar, como un grupo de soldados border que levantan en peso al Generalísmo Donayre, es casi una estrategia del destino, empeñado ferozmente en hacernos el jaque, dejarnos en outside, o finalmente, hacerse el ñoño y llevarse su pelota. Nunca le somos, ni le hemos sido, bien vistos, somos intrusos en su granja, y no tenemos derecho a la rebelión (George Orwell, donde esté, reclamará derechos de autor?).
Creo, firmemente, que las oportunidades que hay que aprovechar no son las que se presentan, sino aquellas que, desafiando a ese destino miserable, hemos ido construyendo. La historia, la dialéctica de la historia, parece respaldarme. Las verdaderas oportunidades son consecuencia de esa lucha constante contra la opresión, son la consecuencia inevitable de nuestra lucha de clases interna. Cada oportunidad que construimos es nuestra y es capaz de mordisquear al destino, las demás, los salvavidas del sistema, son parte de esa superestructura cultural que nos subyuga.
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