No quedaba un solo centímetro para seguir andando entre cajas y cajas de leche evaporada, galletas de soda, panetón -sólo D'onofrio- y un largo etcétera. Estaban una sobre otra, como torres primariosas de Lego, a punto de caer y hacer mayor el desastre, un Irak de bolsillo, sin importancia, sin petróleo. A punto de ser abandonado.
- Ya, aguanta, primero bajamos esto y seguimos metiendo lo demás
- Oe, tú eres un poco estúpido ¿no?
- Acá el único estúpido soy yo
- Ja, ¿a quién has salido tan gracioso?
- Ya, ya, ya, falta poco, ya casi acabo. Mas bien, deja de mirarme como un huevas y ponte a cargar
- No, ya no estoy para esas cosas
- ¿Y para qué cosas estás?
- Para repetir que eres estúpido
- Mucho ayuda el que poco estorba
- Carga nomás, filósofo
- Tu vieja
Ese fue mi primer amor. Mi letra, de señorita villamariana que pasó tardes enteras practicando en esos cuadernos horribles de caligrafía, fue mi mejor arma. Un arma indestructible. ¿A quién podía ocurrírsele pedir que escriba feo pero más rápido? Uno a uno iba casi dibujando los trazos en los que se leía perfectamente que Marita ponía la mesa, que mi mamá me amaba y que mi papá fumaba su pipa. Pero nunca, jamás, ni por casualidad, copiaba todo el dictado de aquella señorita en pleno combate hormonal. Y como buen alumno, que tiene siempre el cuaderno al día, iba pedaleando quince cuadras en una bicicleta con ruedas de ayuda hasta su casa. Y de pronto me abría la puerta su mamá. A mis siete años y medio esa mujer era el paraíso. No recuerdo si a esa edad era capaz de pensar en sexo. Pero ahora sí. Y me la paso muy bien. Sería mezquino no reconocer ahora aquellas tan bien dictadas lecciones, tanto sudor, tanto suspiro. Tanto amor.
En un par de horas la habitación fue quedando vacía. Una caja más. Arriba. Listo. Nunca más volvería a esa pocilga de mierda. El éxodo urbano fue un éxito. Tendrían que haberme visto. Mi cara lo decía todo. Iba a escapar de esa prisión. Estaba más que feliz. Libre, como el sol cuando amanece, yo soy libre, como el mar. Puta, que cursi. Subimos a un taxi después de indicarle que se limitara a seguir al camión de mudanza, que el precio lo conversábamos después, que no se preocupe, que lo justo es lo justo, que yo no era un miserable, que él tampoco, sígalo nomás, ok maestrazo. Al ritmo de una radio super ultra archi cumbiera, que invitaba a gritos cada veinte minutos a un concierto de Armonía 10, fuimos recorriendo Lima, de un lado a otro, como en un viaje interprovincial en el que la carretera ha sido asaltada por piedras colocadas estratégicamente. El tráfico en esta ciudad es demencial y es amigo inseparable de bocinazos que parten el cerebro. Y en cada semáforo un niño practica malabares, salta como un canguro esquizofrénico, vende chicles, cigarrillos, caramelos, compre caserito por favor. De pronto le vi la cara a Manuel, totalmente desencajada, invariablemente contrapuesta a mi estado de fervoroso orgasmo existencial, y por un instante me dieron ganas de decirle cambia esa cara huevonazo que me estás cagando la emoción, pero sólo atiné a seguir mirándolo, cada vez menos excitado, esperando que me diga algo.
- ¿Qué carajo me miras?
- No sé, tienes cara de huevón. Mejor dicho, estás con cara de huevón
- ¿Te jode?
- Bastante
- Fácil, no me mires
- No puedo. ¿Qué te pasa?
- Nada
- Habla pues, no te hagas la difícil
- No sé, Gonzalo, se me hace complicado entender cómo puedes estar tan contento de dejar el lugar en el que hemos compartido tantas cosas, conversaciones, estudiadas, tragos.
- Oe, ¿eres tú?
- Te hablo en serio, carajo ¿No te da alguito de pena?
- No, ni mierda. Parece que el que se muda eres tú, que el que vivía en ese mini cooler eres tú.
- Ya se que no, pero esa era tu jato, y era como la mía
- Ahora voy a tener otra, mejor, y también va a ser como tuya. Dejémonos de mariconadas sentimentalonas porque acá el míster va a pensar que somos cabros.
- Lo que sea, pero a mi me duele.
Ay, amigo mío, no habría tanto dolor si supieras que tu mami se revolcaba conmigo en esa pieza. Perdona la vulgaridad. Hacíamos el amor. Ahora tenemos un lugar mejor. Tú, yo, Carmen. Y viviremos felices para siempre, cada vez que, por separado, vengan a visitarme. Aquí los espero siempre, con los brazos abiertos, pero no se les ocurra jamás, never in the life, aparecer abrazadísimos tras esa puerta, porque me obligarán a inaugurar mi más terrible faceta actoral e hipócrita. Más actoral y más hipócrita que ésta que cargo ahora.
3 comentarios:
Perfecto! Es un buen comienzo, o parte, o algo de alguna novela o cuento (o algo). A ver si después de un tiempo de tus vacaciones de la economía en este blog juntas cosas y al fin te animas a empezar a armar algo más... serio? concreto? publicable? para que le des frutos más sustanciosos a tu irreprimible vocación.
Si no, en todo caso entiendo que he aprender a tolerar tis encuentros con la tía Carmen. Está bien, está bien... tú también eres muy tolerante conmigo. >.<
PD: Síii síguela... e incluyes una escena donde se vea esa hipocresía actuada de Gonzalo frente a la visita del querido amigo y su vieja, madre. Me encantaría leer como describes eso...
Estuvo wena amigo Gonzalo. Espero continúes.
te sale bien, desde el fondo, desde adentro.
te sale bien el escritor que llevas dentro.
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