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14 de octubre de 2007

Los valores que están en tí...

Cuando alguien empieza a llevar cursos de microeconomía sumamente primariosos (y hay también los que son secundariosos y avanzados pero se comportan como infantes aprendices) surgen de las procaces fauces de los eruditos del saber microeconómico frases y alusiones a un tema intransigentemente recurrente durante la maduración del futuro -en algunos casos- economista: el análisis costo - beneficio. Parece fácil pensar que la mínima acción que realizamos está asociada a algún esfuerzo, a una tremenda flojera, a una ligera molestia, a un cansancio inevitable (aunque suele ser que muchas veces no los notamos presumo que, ciertamente, existen). Parece un poco más difícil, pero no tanto, pensar que nuestras acciones generarán cierta satisfacción, alegría, emoción, y en términos más filosóficos, felicidad. Ajá.
El asunto que me resulta medio complejo es traducir toda esa infinidad de sensaciones a numeritos, a plata, a billetitos, a dinero, money, money, money. Y es que eso intenta el análisis costo - beneficio, convertir en cifra monetaria, en valor de mercado, las sensaciones de desagrado y agrado de las personas, en cuantificar su repulsión y placer por realizar actividades.
Imaginemos un caso tipo Robert Frank, es decir, una burla al conocimiento (es más, creo que este caso está en su libro). Imagina que estás infinitamente cómodo sentado en tu sofá escuchando un disco que quemaste con tus canciones favoritas, pero por ahí se te coló una indeseable, un reggaetón cantado por Susy Díaz que alguna vez bajaste para reírte a carcajadas pero que ahora te causa náuseas. Es el track 9. Tú lo sabes. Estás en la 8 gritando 'you are my wonderwall', ya se va a acabar. El control remoto no está a tu alcance, está, incluso, más lejos que tu equipo de sonido. ¿Qué haces? ¿Te paras y avanzas a la 10 o aguantas los gritos destemplados de esa mujer con tal de no moverte del sofá donde estás a gusto?
Según el análisis costo - beneficio, pensamos, aunque no lo notemos, así: ¿cuánto tendría alguien que pagarme para que yo me pare de este sofá donde estoy plácidamente sentado? Digamos que me paro por 5 soles. Ya pues. Fácil. Tu beneficio por estar sentado en ese sofá es 5 soles. Sigamos. ¿Cuánto tendría alguien que pagarme para que yo escuche la canción de la teñida señora? Digamos que 4 soles estarían bien por soportar la desgracia. Osea que escucharla me cuesta 4 solcitos. Cinco menos cuatro. Uno. Quédate sentado nomás. ¿Y si en realidad me gustaría obtener 6 soles por maltratar mis oídos con su inquietante voz? Cinco menos seis. Menos uno. Párate, pero rápido.
Osea que en nuestra cabecita loca y económica todo funciona más o menos así, atrapando valores ahí por donde pasen, trepándonos a ellos desesperadamente para no quedarnos sin ser objetos de estudio de la economía. Así y todo, digamos que vale. Pero pucha, ¿tanto te cuesta llevar la basurita en tu bolsillo hasta encontrar un tacho? ¿tanto tendría que pagarte un sujeto imaginario para que tu carrito contamine un poco menos?
Da un poco de verguenza (casi tanta como no saber poner la diéresis en la u) que te vean así, como una calculadora, y ni siquiera científica, pero que le vamos a hacer, si es que esto sirve al menos para algo. ¿Tan poco vale tu vida? ¿Tan poco la de tus hijos?

2 comentarios:

Ben Solís dijo...

Tienes un buen punto. Hay que tener en mente, no obstante, que la teoría con dificultad explica la realidad de manera convincente. Es decir, en un gráfico de dos ejes: nadie vive sólo del bien 1, pan, y el bien 2, mantequilla. Todos quieren su leche, para remojar el pancito. Pero probablemente sea necesaria la (ridícula) simplificación para analizar la complementariedad de dos bienes en el desayuno.

Igual sería el caso de la "monetización" de emociones. Es en realidad un mero instrumento. Ciertamente uno no siempre eficiente, pero como se dice en situaciones de escasez -a las cuales los peruanos estamos ya muy acostumbrados en muchos sentidos- "es lo que hay".

El ejemplo Robert Frank que narras es casi una caricatura. En realidad la idea de todo este "instrumento" es modelar el comportamiento de los agentes. En pocas palabras, ante tu cuasi-agónica disyuntiva musical, no te comportas haciendo los cálculos matemáticos. Te comportas COMO SI los hicieras, lo cual es diferente. Evidentemente, siempre me han quedado reparos ante la teoría, sobre los cuales escribiré un próximo artículo (espero), como por ejemplo la racionalidad del consumidor (y mira el presidente que tenemos) o cómo puede recogerse en una curva de utilidad igual a 200 (la utilidad es un número) el nivel de preferencia, siendo que la preferencia es tan (taaaan) relativa.

Aun así, muchas veces he pensado lo mismo que escribes. Críticas inevitables, creo.

POSTDATA: Salvo la última parte, ¿qué tiene que ver con el BLOG ACTION DAY?

Gonzalo Aguilar Riva dijo...

Probablemente no tenga mucho que ver con el blog action day, pero la idea es la siguiente: si de verdad hacemos ese análisis en infinidad de cosas y valoramos en nuestra cabeza determinadas situaciones (claro que el cálculo numérico no se hace, pero, como bien dices, es como si se hiciera), ¿por qué no somos capaces de darnos cuenta que nuestra vida tiene un valor infinitamente invalorable? (nótese la contradicción) ¿por qué no lo tenemos presente? ¿o es que de verdad no sentimos que al contaminar estamos generando "costos"?